I – LA CRISIS DE LA CIVILIZACION MODERNA
La civilización moderna ha puesto como fundamento propio el principio de la libertad, según el cual el hombre no debe ser un mero instrumento, sino un centro de vida autónoma. Con este código en la mano se ha ido hilvanando un grandioso proceso histórico en todos los aspectos de la vida social, que no los respetasen.
1) Ha sido reconocido el derecho compartido por todas las naciones para ser organizadas en estados independientes. Cada pueblo, individualizado por sus propias características étnicas, geográficas, lingüísticas e históricas,estaba avocado a descubrir dentro de los límites de la organización estatal creada de acuerdo con su propio concepto particular de la vida política, el instrumento más apropiado para satisfacer sus propias necesidades del mejor modo posible, independientemente de cualquier intervención externa. La ideología de la independencia nacional ha sido un poderoso estímulo para el progreso. Esto ayudó a superar el parroquialismo de mente estrecha con un sentido de una mayor solidaridad frente a la opresión extranjera. Ello eliminó muchos de los obstáculos que impedían la circulación de gentes y de mercancías, se extendió dentro del territorio de cada nuevo estado las instituciones y sistemas más avanzadas a aquellas poblaciones que habían permanecido no desarrolladas. Sin embargo,también trajo consigo las semillas del imperialismo capitalista que nuestra propia generación ha visto expandirse hasta el punto de formar estados totalitarios y desatar guerras mundiales.
Ya no se sigue considerando que la "nación" sea el producto histórico de las comunidades de hombres que como resultado de un largo proceso y una mayor unidad de costumbres y aspiraciones, encuentran en su estado la forma más eficaz de organizar la vida colectiva dentro del marco de la sociedad humana completa. En cambio, se ha convertido en una entidad divina, un organismo que tiene que considerar solamente su propio desarrollo, sin importarle lo más mínimo el perjuicio que esto pueda causar a otros. La soberanía absoluta de los estados nacionales le ha dado a cada uno el deseo de imponerse, ya que cada uno se siente amenazado por la fuerza de los otros, y considera como su "espacio vital" un vasto territorio en aumento, en el cual tendrá derecho a moverse libremente y puede asegurarse los medios de una existencia prácticamente autónoma. Este deseo de imponerse no puede ser aplacado salvo por el dominio del Estado más fuerte.
Como consecuencia de todo esto, el Estado pasó de ser protector de la libertad de los ciudadanos a dueño de los súbditos, reducidos a la servidumbre, con todas las facultades que eran necesarias para lograr el máximo de eficiencia bélica. Incluso durante tiempos de paz, considerados como pausas para prepararse para las guerras siguientes e inevitables,la voluntad de la clase militar predomina ya en muchos países sobre la de la sociedad civil, haciendo siempre más difícil el funcionamiento de políticas civiles tales como las órdenes políticas liberales: el colegio, la investigación, productividad, organismo administrativo, dirigidos a incrementar el poderío militar; las mujeres se consideran meras productoras de soldados, y en consecuencia premiadas con los mismos criterios con los que premian a las exposiciones de ganado prolífico. Desde temprana edad se enseñaba a los hijos el manejo de las armas y a odiar todo aquello que fuera extranjero. La libertad individual se reduce prácticamente a nada, ya que todo el mundo es parte de la clase militar y sujeto constante para ser llamado a las fuerzas armadas; las guerras sucesivas obligan a abandonar la familia, el empleo, las posesiones, y a sacrificar la vida misma por objetivos de los que nadie entiende verdaderamente su valor; en pocos días se destruyen los resultados de años de esfuerzos unidos para aumentar el bienestar colectivo.
Los estados totalitarios son aquellos que más coherentemente realizaron la unificación de todas las fuerzas, en favor de la mayor concentración y más alto grado de autarquía propia. Estas son las organizaciones que han probado ser las más adecuadas para el actual medio ambiente internacional. Basta que una nación da un paso hacia una totalitarismo más acentuado, inmediatamente otras naciones le siguen, en la misma línea, por la voluntad de supervivencia.
2) Se ha reconocido el derecho de todos los ciudadanos a participar en la formación de la voluntad del Estado. Esta voluntad del Estado debería ser la síntesis de las variables exigencias económicas e ideológicas de toda categoría social libremente expresada. Semejante organización política permitió corregir, o al menos atenuar, muchas de las más estridentes injusticias heredadas de regímenes pasados. Pero la libertad de prensa y asociación, y la progresiva extensión del sufragio, hicieron siempre más difícil la defensa de los viejos privilegios, manteniendo el sistema representativo.
Las clases pobres poco a poco aprendieron a servirse de éstos instrumentos para conquistar los derechos adquiridos por las clases adineradas; los impuestos sociales sobre las rentas no logradas y patrimonios, los aumentos progresivos sobre las mayores fortunas, la exención de las rentas mínimas y de los bienes de primera necesidad, la gratuidad de la escuela pública, el aumento de los gastos de asistencia y seguridad social, la reforma agraria, el control de las fábricas; amenazaban a las clases privilegiadas en sus fortificadas ciudadelas.
Incluso las clases privilegiadas que consintieron la igualdad de los derechos políticos, no pudieron aceptar el hecho de que las clases desheredadas tomaran ventaja para intentar realizar esta igualdad de hecho, que habría dado a tales derechos un contenido concreto de libertad efectiva. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, la amenaza fue muy grave, siendo natural que dichas clases apoyaran y aprobaran calurosamente la instalación de la dictadura, que quitaban de las manos de sus adversarios las armas legales.
Por otra parte, la formación de gigantescos complejos industriales, grupos bancarios y sindicatos que reunían bajo una única dirección, ejércitos enteros de trabajadores, sindicatos y complejos que presionaban al gobierno para obtener la política que más apropiadamente respondía a sus intereses, amenazaban con disolver el Estado mismo en pequeñas baronías económicas, luchando duramente entre sí. Los instrumentos democrático liberales, por llegar a ser las herramientas que éstos grupos usaron para explotar del mejor modo posible a toda la colectividad, perdieron más aún su prestigio; de modo que se difundía la convicción de que solo el estado totalitario, aboliendo las libertades populares, podía de alguna manera resolver los conflictos de intereses que las instituciones políticas existentes no lograban controlar.
De
hecho, además, los regímenes totalitarios consolidaron
la posición de las distintas categorías sociales en los
puntos una vez aclarados, e impidieron con el control policíaco
de toda la vida de los ciudadanos y con la violenta eliminación
de todos los discrepantes, cada posibilidad legal de una ulterior
corrección del estado de cosas vigentes. Así se aseguró
la existencia de la clase enteramente parasitaria de los
terratenientes, quienes contribuyeron a la productividad social
únicamente cortando los valores de sus títulos; de las
clases monopolistas y las sociedades que explotan a los consumidores
y volatizan el dinero de los pequeños inversores, de los
plutócratas que, escondidos entre bastidores, manipulan a los
políticos para dirigir toda la máquina del Estado para
su exclusiva ventaja, bajo la apariencia de la persecución de
los más altos intereses nacionales.
Las colosales fortunas
de unos pocos se preservaron, así como también la
miseria de las grandes masas, excluidas del goce de los frutos de la
cultura moderna. Se salvó, en líneas sustanciales, un
régimen económico en el cual las reservas materiales y
fuerza de trabajo, que debían ser aplicadas para la
satisfacción de las necesidades fundamentales para el
desarrollo de las energías vitales humanas, han sido sin
embargo, dirigidas a la satisfacción de los deseos más
fútiles de aquellos capaces de pagar los precios más
altos; un régimen económico en el que, con el derecho
de sucesión, la potencia del dinero se perpetúa en la
misma clase, transformándose en un privilegio sin ninguna
correspondencia con el valor social de los servicios prestados, y el
campo de las posibilidades proletarias queda reducido, los
trabajadores para sobrevivir, a menudo tienen que aceptar la
explotación por parte de los que les ofrecen cualquier tipo de
trabajo.
Para mantener a la clase trabajadora inmovilizada y subyugada, los sindicatos fueron transformados, desde las libres organizaciones de lucha, dirigidas por individuos que disfrutaban de la confianza de los asociados, en órganos de vigilancia policial, bajo la dirección de empleados elegidos del grupo gobernante y responsable sólo de ellos. Cualquier corrección hecha en este régimen económico, es siempre dictada por las exigencias del militarismo, que se han unido con las ambiciones reaccionarias de las clases privilegiadas para hacer surgir y consolidar los Estados totalitarios.
3) Contra el dogmatismo autoritario, se afirmó el valor permanente del espíritu crítico. Todo aquello que venía corroborado, debía dar razón de sí ó desaparecer. Las mayores conquistas que de nuestra sociedad se han hecho en cada campo son debidas a la metodicidad de esta actitud imparcial. Pero dicha libertad espiritual no resistió a la crisis que hizo surgir los Estados totalitarios. Nuevos dogmas para ser aceptados como artículos de fe, o para ser aceptados hipócritamente, están surgiendo y estableciéndose en todos los campos de la ciencia.
Aunque ninguno sepa qué es una raza, y las más elementales nociones de historia enfaticen lo absurdo del término, se exige a los fisiologistas creer, demostrar y convencer de que uno pertenece a una raza elegida, sólo porque el imperialismo necesita este mito para exaltar en las masas el odio y el orgullo. Los conceptos más evidentes de la ciencia económica deben ser considerados anatemas para presentar la política autárquica, los cambios equilibrados y los viejos hierros del mercantilismo, como descubrimientos extraordinarios de nuestros tiempos. A causa de la interdependencia económica de todas las partes del mundo, el espacio vital necesario para cada pueblo que quiera mantener su nivel de vida al correspondiente de la civilización moderna, debe considerarse el globo entero; pero se ha creado la pseudociencia de la geopolítica, que quiere demostrar la teoría de los espacios vitales, para dar cobertura teórica a la voluntad de sobrepoder del imperialismo.
La historia viene falsificada en sus datos esenciales, en los intereses de la clase gobernante. Las bibliotecas y librerías son purificadas de todas las obras no consideradas ortodoxas. Las sombras del oscurantismo de nuevo amenazan con sofocar al espíritu humano. La misma ética social de la libertad y de la igualdad es socavada. No se considera ya a los hombres como ciudadanos libres, que se sirven del Estado para alcanzar del mejor modo sus fines colectivos. Son servidores del Estado, que establece cuales deben ser sus fines, y como voluntad del Estado viene además unida la voluntad de aquellos que detentan el poder. Los hombres ya no son sujetos de derecho, sino que jerárquicamente dispuestos, están obligados a obedecer sin discutir a las autoridades superiores a cuya cabeza se encuentra el jefe debidamente divinizado. El régimen de las castas renace prepotente desde sus mismas cenizas.
Esta reaccionaria, y totalitaria civilización, después de haber triunfado en una serie de países, finalmente encontró, en la Alemania Nazi, el poder que estaba pensado para ser capaz de llevarlo a cabo hasta las últimas consecuencias. Después de una meticulosa preparación, aprovechando con audacia y sin escrúpulos de los rivales, al egoísmo, estúpido altruismo arrastrando tras de sí a otros Estados vasallos europeos – entre ellos a Italia – y aliándose con Japón, que persigue fines idénticos en Asia, se lanzó a la empresa de la superación. Su victoria significaría la definitiva consolidación del totalitarismo en el mundo. Todas sus características serían exasperadas al máximo, y las fuerzas progresivas serían condenadas durante mucho tiempo a ser una simple oposición negativa.
La tradicional arrogancia e intransigencia de las clases militares alemanas puede ya darnos una idea de cual sería el carácter de su dominio, después de una guerra victoriosa. Los alemanes vencedores, podrían permitirse un lustro de generosidad con los demás países europeos, respetar formalmente sus territorios e instituciones políticas, para gobernar satisfaciendo, de este modo, el falso sentimiento de patriotismo de aquellos que consideran los colores de los límites de su territorio y la nacionalidad de los políticos de primera fila, en lugar de la relación de las fuerzas y contenido efectivo de los organismos del Estado. A pesar de estar camuflada, la realidad sería siempre la misma: una renovada división de la humanidad en Espartanos y Atenienses.
Incluso una solución de compromiso entre las dos partes en lucha significaría un paso más para el totalitarismo, puesto que todos los países que escaparon al dominio de Alemania, serían forzados a adoptar sus mismas formas de organización política, para prepararse adecuadamente para la continuación de la guerra.
La Alemania de Hitler pudo derribar uno a uno los sistemas menores, con su acción construyó fuerzas cada vez más potentes para ganar las empalizadas. El gran espíritu combatiente de Gran Bretaña, incluso en los momentos más críticos de cara al enemigo, fue la causa que llevó a los alemanes a toparse contra la valerosa resistencia del ejército rojo, y dio el tiempo necesario a América para movilizar sus recursos productivos. Esta batalla contra el imperialismo alemán está íntimamente ligada con la que el pueblo chino conduce contra el imperialismo japonés.
Inmensas masas de hombres y riquezas se lanzaron contra las potencias totalitarias; las fuerzas de estas potencias alcanzaron su cumbre, y no pueden hacer otra cosa más que consumirse progresivamente. Las fuerzas adversarias, sin embargo, superaron ya el momento de máxima depresión, y se encuentran ahora en ascenso.
La guerra de los aliados aviva cada día más la voluntad de liberación, incluso en los países sometidos a la violencia y extraviados a causa del golpe recibido; incluso en muchos países del Asia, que se dieron cuenta de estar envueltos en una situación desesperada, sólo por satisfacer el ansia de poder de sus gobernantes, tal voluntad se despierta.
El lento proceso, gracias al cual grandes masas de hombres pasivamente se dejaban formar y educar por el nuevo régimen, adecuándose y contribuyendo a consolidarlo, se paraliza; iniciándose el proceso contrario. En esta inmensa oleada que lentamente se levanta, se encontran todas las fuerzas progresivas, las partes más iluminadas de las clases trabajadoras que no se dejaron disuadir por el terror y adulaciones en sus aspiraciones a una forma de vida superior; los elementos más conocedores de las clases intelectuales, ofendidas por la degradación a que fue sometida la inteligencia; emprendedores que, sintiéndose capaces de nuevas iniciativas, querrían liberarse de los arneses de la burocracia y autarquía nacional, que estorban cada movimiento que hacen; todos aquellos que debido a un innato sentido de dignidad, no se han sometido a la humillación de la servidumbre.
A todas estas fuerzas se ha confiado la salvación de nuestra civilización.
II – LAS OBLIGACIONES DE DESPUES DE LA GUERRA – LA UNIDAD EUROPEA
La derrota de Alemania no llevaría automáticamente al reordenamiento de Europa según nuestro ideal de civilización.
Durante el breve e intenso período de crisis general (durante el cual los gobiernos y las masas populares esperaban ansiosamente nuevos mensajes y serán materia inflamable, susceptible de ser modelada de nuevo, capaces de dar la bienvenida a las directrices de serios internacionalistas), las clases que fueron más privilegiadas durante los viejos sistemas nacionales, buscarán clandestinamente, ó con la violencia, extinguir la oleada de sentimientos, pasiones internacionalistas, y se darán ostentadamente a reconstruir los viejos organismos estatales. Siendo probable, que los dirigentes ingleses, quizás de acuerdo con los americanos, intenten empujar las cosas en esa dirección, para retomar la política del equilibrio de los poderes en los intereses aparentes e inmediatos de sus imperios.
Las fuerzas conservadoras, esto es, los dirigentes de las instituciones fundamentales de los Estados nacionales; los cuadros superiores de las fuerzas armadas, culminantes, allí donde ahora existen, en las monarquías; aquellos grupos del capitalismo monopolista que unieron la suerte de sus ganancias a las del Estado; los grandes terratenientes y las altas jerarquías eclesiásticas que sólo en una sociedad conservadora estable pueden ver aseguradas sus rentas parasitarias; y siguiéndoles la innumerable multitud de aquellos que dependen de ellos o que están cegados por el poder tradicional; todas estas fuerzas reaccionarias ya desde hoy sienten que el sistema se viene abajo, e intentan salvarse. El colapso les privaría de golpe de todas las garantías que tuvieron hasta entonces, y les expondría al ataque de las fuerzas progresistas.
La situación revolucionaria: viejas y nuevas corrientes
La caída de los regímenes totalitarios significará, sentimentalmente, para pueblos enteros la llegada de la "libertad"; desaparecerá cada restricción, y automáticamente reinarán la libertad de palabra y de asociación. Será el triunfo de las tendencias democráticas. Dichas tendencias tienen innumerables matices, que van desde un liberalismo muy conservador hasta el socialismo y la anarquía. Creen en la "generación espontánea" de los acontecimientos y de instituciones, en la bondad absoluta de los impulsos que vienen de la base. No quieren forzar la mano a la "historia", al "pueblo", al "proletariado" y como llamen a su Dios. Esperan el fin de las dictaduras, imaginándolo como la restitución al pueblo de los imprescriptibles derechos de autodeterminación. Su sueño más alto es una asamblea constitucional elegida por el más amplio sufragio y con escrupuloso respeto de los derechos de los electores, quienes deben decidir la constitución que quieren. Si el pueblo es inmaduro, la constitución será mala; pero corregirla sólo se podrá mediante un constante esfuerzo de convicción.
Los demócratas no niegan por principio la violencia; pero la quieren sólo cuando la mayoría esté convencida de que es indispensable, esto es, propiamente cuando es únicamente un superfluo punto que añadir a la "i", son por ello dirigentes adaptados solo en épocas de administración común, en las que el pueblo entero está convencido de la bondad de las instituciones fundamentales, que deben ser sólo retocadas en aspectos relativamente secundarios. En las épocas revolucionarias, en las que las instituciones no deben ser administradas, sino creadas, la praxis democrática fracasa clamorosamente. La compasiva impotencia de los demócratas en la revolución rusa, alemana, española, son tres de los más recientes ejemplos. En tales situaciones, caído el viejo aparato estatal, junto con sus leyes y administración, empiezan inmediatamente a surgir, semejantes a la vieja legalidad, ó despreciándola, un número de asambleas y representaciones populares en las que convergen y agitan todas las fuerzas sociales progresistas. La población tiene algunas necesidades fundamentales que satisfacer, pero no sabe con precisión qué quiere y qué hacer. Miles de campanas suenan en sus oídos, con los millones de mentes no son capaces de orientarse disgregándose en muchas tendencias que luchan entre sí.
En el momento en que tiene lugar la máxima decisión y audacia, los demócratas se sienten extraviados, sin tener tras de sí un espontáneo consenso popular, sino sólo un turbio alboroto de pasiones. Piensan que su deber es formar dicho consenso y se presentan como predicadores exhortativos, allí donde se necesitan líderes para guiar sabiendo donde llegar. Pierden las ocasiones favorables a la consolidación del nuevo régimen, buscando hacer funcionar inmediatamente órganos que requieren una larga preparación, y se adaptan a los períodos de relativa tranquilidad; dan a sus adversarios armas de las que más tarde se valen para rebelarse; representan, en suma, en sus miles de tendencias, no ya la voluntad de renovación, sino las confusas veleidades reinantes en todas las mentes, que, paralizándose preparan recíprocamente el terreno propicio para el desarrollo de la resistencia. La metodología política democrática será un peso muerto en la crisis revolucionaria.
A medida que los demócratas perdían la credibilidad de su popularidad inicial como proclamadores de libertad, por sus polémicas finales y la carencia de una revolución social y política seria, las instituciones políticas pre-totalitarias serían inevitablemente reconstituidas y la lucha volvería a desencadenarse según los viejos esquemas de la oposición de clases.
El principio según el cual la lucha de clases es el fin al que se reducen todos los problemas políticos, constituyó la directiva fundamental especialmente de los trabajadores de las fábricas, y favoreció a la consistencia de su política hasta el punto en que las instituciones fundamentales ya no se cuestionaban. Esta línea llega a ser un instrumento para aislar al proletariado, cuando se impone la necesidad de transformar la organización social. Los trabajadores, educados en un sistema clasista, no ven más allá de sus reivindicaciones como clase, sin preocuparse de cómo conectarlos con los intereses de las demás clases; es decir aspiran a la dictadura unilateral de su clase, para realizar así la utópica colectivización de todos los medios de producción, indicada por una propaganda secular como el remedio soberano de todos sus males. Esta política no llega a hacer mella en ningún otro estrato, excepto en los trabajadores, que privan al resto de las fuerzas progresivas de su apoyo, o las dejan en manos de la resistencia hábilmente organizada para destruir el movimiento proletario.
Entre las diversas tendencias proletarias, seguidoras de la política clasista y del ideal colectivista, los comunistas reconocieron la dificultad de obtener un seguimiento de fuerzas suficiente para vencer, y por ello – a diferencia de los otros partidos populares – se transformaron en un movimiento rígidamente disciplinado, que explota el mito ruso para organizar a los trabajadores, pero de quienes no acepta sus leyes y a quienes utiliza en las más disparatadas maniobras.
Este comportamiento hace a los comunistas, en la crisis revolucionaria, más eficientes que los demócratas; pero, distinguiéndose lo más posible las clases trabajadoras de las otras fuerzas revolucionarias – predicando que su "verdadera" revolución está todavía por llegar – constituyen, en momentos decisivos un elemento sectario que debilita el todo. Además, su absoluta dependencia del Estado ruso, que repetidamente les utilizó para la persecución de su política nacional, les impide desarrollar alguna política con un mínimo de continuidad. Tienen necesidad de esconderse detrás de un Karoly, un Blum, un Negrin, para ir después fácilmente a la ruina junto con los fantoches demócratas empleados; ya que el poder se consigue y mantiene no simplemente con la astucia, sino con la capacidad de responder en modo orgánico y vital a la necesidad de la sociedad moderna.
Si la lucha quedara mañana limitada a los límites nacionales, resultaría muy difícil escapar a las viejas incertidumbres. Los Estados nacionales planificaron meticulosamente las respectivas economías, que la cuestión central pronto sería la de conocer el grupo de intereses económicos, esto es, qué clase debería detentar el control de los planos. El frente de las fuerzas progresistas sería fácilmente hecho añicos entre las risas de las clases y categorías económicas. Con la mayor probabilidad, los reaccionarios serían quienes sacaran provecho.
Un verdadero movimiento revolucionario deberá surgir de los que supieron criticar las viejas manifestaciones políticas; deberá saber colaborar con las fuerzas democráticas, con aquellas comunistas, y en general con cuantas cooperen a la disgregación del totalitarismo; pero sin dejarse alterar por la praxis política de ninguna de ellas.
Las fuerzas reaccionarias tienen hombres y mandos hábiles y educados para dirigir, que se batirán enfurecidamente por conservar su supremacía. En los momentos graves sabrán presentarse bien camuflados, se proclamaran amantes de la libertad, de la paz, del bienestar general, de las clases más pobres. Ya en el pasado vimos cómo se insinuaron detrás de los movimientos populares, y los paralizaron. Sin duda serán la fuerza más peligrosa con quien se deberá rendir cuentas.
El punto al que querrán llegar será la restauración del Estado nacional. Podrán así hacer presa sobre el sentimiento popular más difundido, más ofendido por los recientes movimientos, más fácilmente utilizados para propósitos reaccionarios: el sentimiento patriótico. De este modo pueden también esperar confundir las ideas de sus adversarios más fácilmente, dado que para las masas populares la única experiencia política hasta ahora adquirida es la desarrollada dentro del ámbito nacional, y es por esto bastante fácil escoltar bien esos,bien a sus dirigentes más miopes en el terreno de la reconstrucción de los Estados desolados por el huracán.
Si este propósito hubiese sido alcanzado, la resistencia habría vencido. También estos Estados podrían ser en apariencia ampliamente demócratas y socialistas; el retorno del poder en manos de los reaccionarios sería sólo cuestión de tiempo. Resurgirían los celos nacionales, y cada Estado de nuevo repondría la satisfacción de sus propias exigencias en la fuerza de las armas. En un período de tiempo más breve el deber más importante sería convertir pueblos en ejércitos. Los generales volverían a mandar, los monopolistas a aprovecharse de la autarquía, los cuerpos burocráticos a vanagloriarse, los clérigos a mantener dóciles a las masas. Todas las conquistas del primer momento se marchitarían, frente a la necesidad de prepararse nuevamente para la guerra.
El problema que en un primer lugar es resuelto, y fallando éste cualquier otro progreso es sólo apariencia, es la definitiva abolición de las divisiones de Europa en Estados nacionales soberanos. El colapso de la mayor parte de los Estados nacionales soberanos del continente bajo el rol opresor alemán, ya estableció la suerte de los pueblos europeos, que, o todos juntos subyacen al dominio hitleriano, o todos juntos entran, con la caída de éste, en una crisis revolucionaria en la que no se encontrarán endurecidos en sólidas estructuras estatales. Los espíritus están ahora mucho mejor dispuestos que en el pasado para una reorganización federal de Europa. La dura experiencia de los últimos decenios abrió los ojos, incluso a aquellos que no querían ver, e hizo madurar muchas circunstancias favorables a nuestro ideal.
Todos los hombres razonables reconocen ya que no se puede mantener un equilibrio de Estados europeos independientes, con la convivencia de la Alemania militarista a igualdad de condiciones que el resto de los países, ni se puede despedazar Alemania tenerla bajo yugo una vez sea vencida. Como prueba, parece evidente que ningún país en Europa queda al margen mientras los demás combaten, no sirven las declaraciones de neutralidad y los pactos de no agresión. Está ya demostrada la inutilidad, así como la perniciosidad, de organismos como la Sociedad de las Naciones, que pretendía garantizar un derecho internacional sin una fuerza militar capaz de imponer sus decisiones, respetando la soberanía absoluta de los Estados participantes. Absurdo resultó el principio de no intervención, según el cual cada pueblo debería ser libre de elegir el gobierno déspota que mejor crea, como si la constitución interna de cada Estado no constituyera un interés vital para todos los demás países europeos. Los múltiples problemas que envenenan la vida internacional del continente resultan insolubles – trazados los límites en zonas de población mixta, defensa de las minorías allogenas, desbloqueo al mar de los países situados en el interior, cuestión balcánica, cuestión irlandesa, etc – que encontrarían en la Federación Europea la más sencilla solución – como la encontraron en el pasado los correspondientes problemas de los pequeños estados entrados a formar parte de la más vasta unidad nacional habiendo perdido sus asperezas, al transformarse en problemas de relación entre las diversas provincias.
Por otra parte, el final del sentido de seguridad otorgado por la inatacabilidad de Gran Bretaña, que aconsejaba a los ingleses la "splendid isolation", la disolución del ejército y de la misma república francesa en el primer ataque de las fuerzas alemanas (resultado que es de esperar atenúe la convicción chovinista de la absurda superioridad gálica) y especialmente la conciencia de la gravedad del peligro corrido de servidumbre general, son todas circunstancias que favorecerán la constitución de un régimen federal, que ponga fin a la actual autarquía. Y el hecho de que Inglaterra haya aceptado ya el principio de la independencia india, y Francia haya, potencialmente perdido, con el reconocimiento de la derrota todo su imperio, hacen más fácil encontrar una base de acuerdo para una sistematización europea en las posesiones coloniales.
A todo esto va unida la desaparición de algunas de las principales dinastías, y la fragilidad de las bases que sostienen a aquellas supervivientes. Se toma en cuenta que las dinastías, considerando los distintos países como sus propios asignaciones tradicionales, representaban, con los poderosos intereses de quien eran apoyo, un serio obstáculo para la organización racional de los Estados Unidos de Europa, que no pueden únicamente basarse en la constitución republicana de todos los países federados. Y cuando, superando el horizonte del viejo continente, se abracen en una visión conjunta todos los pueblos que constituyen la humanidad, es necesario reconocer que la Federación Europea es la única garantía concebible para que las relaciones con los pueblos asiáticos y americanos se puedan desarrollar sobre una base de cooperación pacífica, en espera de un futuro lejano aún por venir, en el que sea posible la unidad política de todo el globo.
La línea divisoria entre partidos progresistas y partidos revolucionarios, cae por consiguiente no lejos de la línea formal de la mayor o menos democracia, del mayor o menor socialismo que instituir, sino a lo largo de la novísima y sustancial línea que separa aquellos que conciben como fin esencial de la lucha lo antiguo, esto es, la conquista del poder político nacional – y que llevarán a cabo, incluso involuntariamente, el juego de las fuerzas reaccionarias dejando solidificar la lava incandescente de las pasiones populares en el viejo molde, y resurgir los viejos disparates – y aquellos que verán cómo deber central la creación de un sólido Estado internacional, que dirigirán hacia este fin las fuerzas populares, y conquistado el poder nacional, lo meterán en primera línea como instrumento para alcanzar la unidad internacional.
Con la propaganda y la acción, buscando establecer de todos los modos posibles, los acuerdos entre los distintos movimientos que se van formando en varios países, es necesario desde ahora echar los cimientos de un movimiento que sepa movilizar todas las fuerzas para hacer nacer el nuevo organismo que será la creación más grandiosa e innovadora, surgida desde hace siglos en Europa; para constituir un sólido Estado federal, el cual disponga de una fuerza armada europea en el puesto de los ejércitos nacionales; destroce decisivamente la autarquía económica, espina dorsal de los regímenes totalitarios; tenga los órganos y medios suficientes para ejecutar en cada Estado federal sus deliberaciones dirigidas a mantener un orden común, dejando a los Estados mismos la autarquía que consienta un articulación plástica y el desarrollo de una vida política según las peculiares características de los distintos pueblos.
Si llega a haber en los principales países europeos un número suficiente de hombres que comprendan esto, la victoria estará en poco tiempo en sus manos, porque la situación y los ánimos serán favorables a su obra. Tendrán de frente partidos y tendencias, ya todas descalificadas por la desastrosa experiencia de los últimos 20 años. Porque será la hora de obras nuevas, será también la hora de hombres nuevos: del MOVIMIENTO PARA EUROPA LIBRE Y UNIDA.
III – OBLIGACIONES DE DESPUES DE LA GUERRA: REFORMA DE LA SOCIEDAD
Una Europa libre y unida es premisa necesaria para el potenciamiento de la civilización moderna, de la cual la era totalitaria representa una interrupción. El final de esta era hará retomar inmediatamente de pleno el proceso histórico contra la desigualdad y los privilegios sociales. Todas las viejas instituciones conservadoras que impedían la actuación serán colapsadas o en vías de serlo; y su crisis deberá ser explotada con valentía y decisión.
La revolución europea, para responder a nuestras exigencias, deberá ser socialista, esto es, deberá proponerse la emancipación de las clases trabajadoras y la obtención, para éstas, de condiciones de vida más humanas. La orientación para tomar disposiciones en dicha dirección no puede ser únicamente el principio puramente doctrinario según el cual la propiedad privada de los medios materiales de producción debe ser, como principio, abolida y tolerada solo de provisional, cuando no sea posible otra alternativa. La estatalización general de la economía fue la primera forma utópica en la que las clases trabajadoras representaron su liberación del yugo capitalista; pero una vez realizada en pleno, no lleva a los resultados soñados, sino a la constitución de un régimen en el que toda la población está al servicio de la clase restringida de los burócratas gestores de la economía.
El principio verdaderamente fundamental del socialismo es aquel según el cual las fuerzas económicas no deben dominar a los hombres, sino ser sometidas, guiadas, controladas por el hombre, del modo más racional hasta que las grandes masas dejen de ser víctimas. Las gigantescas fuerzas de progreso que broten de los intereses individuales no deben ser extinguidas por la rutina para encontrarse a continuación de frente al indisoluble problema de resucitar el espíritu de iniciativa con las diferencias salariales, y con otras medidas del estilo; esas fuerzas son exaltadas y extendidas ofreciendo una mayor oportunidad de desarrollo y empleo y, al mismo tiempo que se perfeccionan y consolidan las barreras que las encamina hacia objetivos de mayor ventaja para la colectividad.
La propiedad privada debe ser abolida, limitada, corregida, extendida caso por caso, no dogmáticamente de acuerdo a un principio. Esta directiva se inserta en el proceso de formación de una vida económica europea liberada de las pesadillas del militarismo ó burocracionismo nacional. La solución racional debe tomar el puesto de la irracional, incluso en la conciencia de los trabajadores. En un intento de describir con mayor detalle el contenido de esta directiva, y advirtiendo que la conveniencia y modalidad de cada punto programático deberán siempre ser juzgados en relación con el presupuesto ya indispensable de la unidad europea, a continuación destacamos los siguientes puntos:
a) No se puede dejar a los privados las empresas que, desarrollando una actividad necesariamente monopolista, están en condiciones de explotar a las masas de consumidores; por ejemplo, las industrias eléctricas, las empresas que se quieren mantener en vida por razones de interés colectivo pero que, para dirigirse, necesitan clientes protectores, subsidios, favores, etc. (el ejemplo más notorio de este tipo de industrias son hasta ahora en Italia las siderúrgicas); y las empresas que por la grandeza de los capitales invertidos y el número de trabajadores ocupados, o por la importancia del sector que dominan, pueden rescatar los órganos del Estado, imponiendo la política para ellos más ventajosa (ej: industrias mineras, grandes institutos bancarios, grandes armamentos). Este es el campo en el que se deberá proceder sin duda a las nacionalizaciones en una escala vastísima, sin prestar atención a los derechos adquiridos.
b) las características que tuvieron en el pasado el derecho de sucesión, permitieron acumular en manos de unos pocos privilegiados riquezas que convendrá distribuir durante una crisis revolucionaria en modo igualitario, para eliminar las clases parasitarias y para dar a los trabajadores los instrumentos de producción que necesitan, así como mejorar las condiciones económicas y hacerles alcanzar una mayor independencia de vida. Pensamos en una reforma agraria que, pasando la tierra a quien la cultiva, aumente enormemente el número de propietarios, en una reforma industrial que extienda la propiedad a los trabajadores en sectores no estatalizados, con las gestiones cooperativas, acciones, etc.
c) los jóvenes son asistidos con las provisiones necesarias para reducir al mínimo las distancias entre las posiciones de partida en la lucha por la vida. En particular la escuela pública deberá dar las posibilidades efectivas de proseguir los estudios hasta los cursos superiores a los idóneos, en vez de sólo a los ricos; y deberá preparar en cada rama de estudio, para el acceso a los distintos oficios y diversas actividades liberales y científicas, un número de individuos correspondiente a la demanda del mercado, de modo que las remuneraciones medias resulten equiparables en todas las categorías profesionales, sea cual sea la divergencia entre las remuneraciones en el interior de cada categoría, dependiendo de las capacidades individuales.
d) la potencialidad casi sin límite de la producción en masa de géneros de primera necesidad, con la técnica moderna, permite asegurar a todos, con un costo social relativamente pequeño, la comida, el alojamiento y el vestido, con el mínimo de comodidad necesaria para conservar el sentido de la dignidad humana. La solidaridad humana hacia aquellos que sucumbieron ante la lucha económica, no deberá, por ello, manifestarse en forma de caridad humillante y generadora de los mismos males que vanamente intenta remediar. Debe tomar serias medidas que incondicionalmente garanticen un estándar de vida decente para todos, sin reducir el estímulo al trabajo y al ahorro. De este modo ninguno será forzado por la miseria a aceptar contratos de trabajo injustos.
e) la liberación de las clases trabajadoras puede tener lugar sólo llevando a cabo las condiciones anteriormente expuestas: no dejándolas recaer en poder de la política económica de los sindicatos monopolistas, que transportan al ámbito trabajador los métodos ventajosos característicos sobretodo del gran capital. Los trabajadores deben volver a ser libres de elegir sus propios emisarios para tratar colectivamente las condiciones en que están dispuestos a trabajar, y el Estado deberá poner los medios jurídicos para garantizar el cumplimiento de los pactos concluidos; pero todas las tendencias monopolistas podrán ser eficazmente combatidas, una vez se hayan realizado las transformaciones sociales.
Estos son los cambios necesarios para crear en torno al nuevo orden un amplio estrato de ciudadanos interesados en su mantenimiento, y para dar a la vida política un consolidada impronta de libertad, impregnada de un fuerte sentido de solidaridad social. Sobre estas bases, las libertades políticas podrán realmente tener un contenido concreto, y no solo formal, para todos, en cuanto que la masa de ciudadanos tendrá una independencia y conocimiento suficiente para ejercitar un continuo y eficaz control sobre la clase gobernante.
Resultaría superfluo detenerse en los institutos constitucionales, dado que, no pudiéndose prever las condiciones en que surgirán y actuarán, nos limitaremos a repetir aquellas que todos conocemos sobre la necesidad de órganos representativos, sobre la formación de las leyes, sobre la independencia de la magistratura que ocupará el puesto de la actual para la aplicación imparcial de las leyes emanadas, sobre la libertad de prensa y asociación para iluminar la opinión pública y dar a todos los ciudadanos la posibilidad de participar efectivamente en la vida del Estado. Sólo sobre dos cuestiones es necesario precisar mejor las ideas, por su particular importancia en este momento en nuestro país sobre las relaciones del Estado con la Iglesia y sobre el carácter de la representación política:
a) El concordato con el que en Italia el Vaticano concluyó la alianza con el fascismo será sin duda alguna abolido para afirmar el carácter puramente laico del Estado, y para fijar en modo inequívoco la supremacía del Estado sobre la vida civil. Todas las creencias religiosas deberán ser igualmente respetadas, pero el Estado no deberá hacer más un balance de los cultos.
b) La barraca de cartón piedra que el fascismo constituyó con el corporativismo caerá junto con otros aspectos del Estado totalitario. Hay quien sostiene que de estos restos se podrá mañana traer el material para el nuevo orden constitucional. Nosotros no lo creemos. En los Estados totalitarios, las cámaras corporativas son la burla que corona el control policial de los trabajadores. Si además las cámaras fuesen la expresión sincera de las distintas categorías de productores, los órganos de representación de las diversas categorías profesionales no podrían ser nunca cualificadas para tratar cuestiones de política general, y en las cuestiones puramente económicas se convertirían en órganos de acumulación de las categorías sindicales más potentes. A los sindicatos les esperan amplias funciones de colaboración con los órganos estatales encargados de resolver los problemas que más directamente les afectan, pero sin duda hay que excluir que a ellos vaya ligada alguna función legislativa, porque resultaría una anarquía feudal en la vida económica, concluyendo en un renovado despotismo político. Muchos que se dejaron llevar ingenuamente por el mito del corporativismo, podrán y deberán ser atraídos por la obra de renovación de estructuras; pero sucederá que se darán cuenta de lo absurdo de la solución por ellos soñada. El corporativismo no puede tener vida concreta más que en la forma asumida por los Estados totalitarios, para organizar a los trabajadores bajo funcionarios que controlen cada movimiento en los intereses de la clase gobernante.
El partido revolucionario no puede ser torpemente improvisado en el momento decisivo, sino que debe empezar desde ahora a formar al menos su filosofía política central, sus líderes y directores, las primeras acciones que realizará. El partido revolucionario no debe representar a una masa heterogénea de tendencias, reunidas, sólo negativa y transitoriamente, esto es, por su pasado antifascista y en espera de la caída del régimen totalitario, dispuestas a dispersarse y seguir cada una por su camino, una vez alcanzada dicha meta. El partido revolucionario sabe, sin embargo, que solo entonces comenzará verdaderamente su obra; debe para ello estar formado por hombres que se estén de acuerdo sobre los principales problemas del futuro
Debe penetrar con su propaganda metódica dondequiera que estén los oprimidos por el presente régimen, y tomando como punto de partida el problema que cada vez se siente como el más doloroso de cada persona y clase, mostrar cómo se conecta éste con otros problemas, y cuales pueden ser las verdaderas soluciones. Pero desde esta esfera gradualmente creciente de simpatizantes, sólo aquellos que han aceptado e identificado la revolución europea como el principal propósito de sus vidas, son reclutados por el movimiento; realizan disciplinadamente día a día el trabajo necesario, se encargan secretamente de la seguridad continua y eficaz, incluso en las situaciones de mayor ilegalidad, y constituyen de este modo la sólida red que da consistencia a la más frágil esfera de simpatizantes.
Mientras no se descuide ninguna ocasión ni sector en el que divulgar su palabra, debe volverse en primer lugar a los ambientes más importantes como centros de difusión de ideas y como centros de reclutamiento de hombres combativos; ante todo hacia los dos grupos sociales más sensibles en la situación de nuestro tiempo, y decisivos en las circunstancias del mañana; basta decir la clase trabajadora y las clases intelectuales. La primera es la que menos se ha sometido a las disciplinas totalitarias, y que será la primera en reorganizar sus propias filas. Los intelectuales, en particular los más jóvenes, son aquellos que se sienten espiritualmente más oprimidos y repelidos por el despotismo reinante. Poco a poco las demás clases serán inevitablemente atraídas por el movimiento general.
Cualquier movimiento que se equivoque en el deber de alianza de estas fuerzas, está condenado a la esterilidad; por ello, un movimiento únicamente de intelectuales no tendrá la fuerza necesaria para trastornar las resistencias revolucionarias, será desconfiado y receloso respecto a las clases trabajadoras; e incluso aunque esté alentado por sentimientos democráticos, será propenso a perder su equilibrio ante las dificultades, en el terreno de la movilización de las demás clases contra los trabajadores, es decir hacia la restauración fascista. Se apoyará sólo en el proletariado, se le privará de la claridad de pensamiento que no puede llegarles más que de los intelectuales, y que es necesaria para distinguir bien los nuevos deberes y las nuevas vías: permanecerá prisionero del viejo clasismo, verá enemigos por todas partes, y patinará hacia la solución de la doctrina comunista.
Durante la crisis revolucionaria, compete a este movimiento organizar y dirigir las fuerzas progresistas, utilizando todos los órganos populares que se forman espontáneamente como crisol ardiente en el que van a mezclarse las masas revolucionarias, no para emitir plebiscitos, sino en espera de ser guiados. Esto recoge la visión y seguridad de lo que es hecho no desde una consagración previa de lo que todavía debe ser conciencia popular, sino desde la conciencia de representar las profundas exigencias de la sociedad moderna. De este modo da las primeras directrices del nuevo orden, la primera disciplina social a las masas informadas. A través de esta dictadura del partido revolucionario se forma el nuevo Estado, y en torno a éste la nueva democracia.
No hay que temer que un régimen revolucionario como este deba necesariamente desembocar en un despotismo renovado. Desembocará si se ha formado un tipo de sociedad servil. Pero si el partido revolucionario continúa creando con pulso firme, desde los primerísimos pasos, las condiciones para una vida libre, en la que todos los ciudadanos puedan participar realmente en la vida del Estado, su evolución será, incluso si atraviesan eventuales crisis políticas de carácter secundario, en el sentido de una progresiva comprensión y aceptación de parte de todos del nuevo orden, y por esto en el sentido de una creciente posibilidad de funcionamiento, de instituciones políticas libres.
Hoy es el momento en que parece necesario saber dejar a un lado viejos estorbos, estar preparados para el nuevo mundo que llega, distinto de todo aquello que se había imaginado, descartar a los ineptos entre los viejos y suscitar nuevas energías entre los jóvenes. Hoy se buscan y se encuentran, comenzando a tejer la trama del futuro, aquellos que escoltaron los motivos de la actual crisis de la civilización europea, y que por ello recogen la herencia de todos los movimientos de elevación de la humanidad, náufragos por incomprensión del fin a alcanzar ó de los medios de cómo alcanzarlos.
La vía que hay que recorrer no es fácil, ni segura. Pero debe ser recorrida, y lo será.!